Todos los
que hemos sufrido por amor alguna vez deseamos huir de él. Nos preguntamos
dónde podremos estar a salvo de este sentimiento que puede hacerte feliz o que
puede provocarte todo lo contrario. Tiene la amarga facilidad de destruirte.
Una vez que
nos rompen el corazón nunca volverá a ser el mismo. Nuestro motor para
mantenernos vivos funciona como las ruedas de los coches. Si tenemos un
pinchazo mientras intentamos llegar a nuestro destino ¿qué hacemos? Ponerle un
parche, ¿verdad? Pues lo mismo pasa con nuestro corazón. A medida que vamos
decepcionándonos le ponemos tiritas para que vuelva a latir con normalidad. Lo
que no nos imaginamos es que muchas veces, esas tiritas, llevan sal y provocan que
nunca terminen de sanar.
Las
decepciones duelen, por eso nos intentamos aislar. Creamos nuestro pequeño
caparazón para protegernos de los golpes tan duros que nos depara el destino.
Pero, a pesar de todos nuestros intentos de no sufrir, fracasados todo hay que
decirlo, siempre acaba llegando esa persona que destruye todos tus esquemas.
Esa persona por la que has esperado toda tu vida. La que te hace reír y llorar
a la vez. La que siempre sabe lo que tiene que decir y lo que hacer para verte
feliz. La que movería cielo, mar y
tierra para verte. La que, con solo una mirada, entiendes a la
perfección… La persona perfecta para ti.
Para ser
sincera yo no sé si de verdad existe tu media naranja, tu alma gemela, o como
lo queráis llamar. Lo que sí que creo es que todos tenemos a esa persona
especial con la que tienes una química única y diferente que, por mucho que lo
intentes con otras personas, nunca volverás a tener con nadie más. Cuando la
encuentres sabrás que será tu debilidad. Haga lo que haga siempre será especial
y siempre caerás de nuevo. Será algo inevitable, algo superior a ti… Y ahí no
habrá caparazón ni escondite que te libre de sentir aquello que los más locos
llaman amor…